Terremotos e identidad

por Alberto Montealegre Beach

publicado el Revista CA, Nº 126 /Sep. 2006


Cuando pensamos la obra de arquitectura chilena desde la perspectiva de la técnica, el diseño arquitectónico se muestra hoy en una doble condición, contradictoria y problemática. Una, es su raíz moderna que le exige conciencia analítica, y la otra es su sentido opuesto, es decir, su alienación posmoderna. En la condición que llamamos moderna, la técnica es la cuestión esencial que define el diseño no sólo formal y plásticamente, sino también moralmente. Los Cinco Puntos de una nueva arquitectura de Le Corbusier (1926) —la casa sobre pilotis, la planta libre, la fachada independiente de la estructura, la terraza jardín, la ventana alargada—, pueden ser principios de una nueva sintaxis arquitectónica sólo porque el dominio virtuoso de la técnica del hormigón armado y el acero los ha facultado. Para el arquitecto moderno, el arte de construir con los nuevos materiales disponibles al inicio del siglo XX no sólo es esencial en un sentido práctico, sino que se le ha impuesto como algo que debe ser manifestado expresivamente en la forma vanguardista de esos Cinco Puntos.

En la condición que llamamos posmoderna, en cambio —e incluso en la que hoy podemos llamar “sobremoderna”—, la técnica parece más bien ocultarse al arquitecto para convertirse más en una cuestión de fe que de conocimiento. Porque no es el resultado de una educación moderna la afirmación, frecuente incluso entre los profesores de las escuelas de arquitectura, hoy todo se puede hacer, todo se puede solucionar. Esta declaración, no siempre formulada en forma explícita, es apenas verdadera si por la técnica entendemos todo aquello que respalda la imagen que media entre nosotros y la posibilidad de la vida cotidiana. Es técnica la vida en el piso veinte de un edificio, el desplazamiento subterráneo en el Metro y la llamada telefónica por un celular. Si no es necesario para vivir el saber qué hay detrás del papel mural o detrás de los botones del celular, tampoco es necesario que los principios técnicos se expresen en la forma. La fe en la técnica contemporánea es la fe en la caja negra: lo que hay en su interior ha sido hecho por los que «saben» y su validez se prueba en el uso o en su eliminación. En el ejercicio profesional posmoderno de la arquitectura, son la división disciplinaria de los proyectos (ingeniería estructural, instalaciones mecánicas, eléctricas, etc.) y un mercado internacional de sistemas constructivos industrializados los que han contribuido a generar una práctica del diseño arquitectónico limitado a la envolvente externa de cajas negras. Al arquitecto «de fe» le viene ocurriendo algo similar que al diseñador de teléfonos celulares, o al de aspiradoras, o al de barras de desodorante: su «mérito» queda relegado a la evocación fantástica de una envolvente exterior, aunque de tamaño regio.

El problema de la reducción del diseño arquitectónico a cajas negras es que sólo ... produce objetos visuales teóricos y universales, y toda posibilidad de identidad regional e histórica se pierde. Sus productos son, por así decirlo, engendros de la globalización. Pues, lo que se ha perdido con la fe técnica en que todo se puede solucionar es esa ubicuidad que los marxistas llamarían materiales históricas, es decir, el asumir activamente las condiciones específicas económicas y materiales de la producción que están determinadas por un tiempo y lugar, y que precipitan lo meramente posible (o técnico) en una realidad tecnológica concreta. Nosotros podríamos llamarla la pérdida de la oportunidad tecnológica. La diferencia, entonces, entre el diseño de la envolvente de una caja negra y un diseño tecnológico radica en este sentido de la oportunidad; el sentido práctico de que, aunque todo se pueda hacer, no todo “conviene” que se haga.

Los terremotos son una clase de oportunidad tecnológica chilena que se encuentra en pleno proceso de “globalización arquitectónica”, es decir, de anulación identitaria. Los diseñadores de arquitectura chilena que aparecen más frecuentemente en los medios de difusión arquitectónica locales están cada día más aficionados a una arquitectura de expresión mínima y virtuosa: losas sin vigas, esbeltas columnas de hormigón —aveces en diagonales que no son ni arriostramiento ni columna— , segundos pisos en valientes voladizos, acristalamientos sin soportes, es decir, estructuras que se sostienen bien sólo en el ingrávido y asísmico espacio virtual de una maqueta electrónica. La arquitectura real que vemos materializada en las calles de Santiago, por el contrario, muestra a los ojos del conocedor, que los deseos del proyecto llevan detrás algunos refuerzos que no estaban en la idea. Coexiste una estructura simulada en la fachada con otra resistente escondida, y es frecuente la queja por una incomprensión “insensible” del ingeniero estructural. Una arquitectura que imita la arquitectura (de otro lugar), o la reedición de la crítica de D’Alembert cuando define Arquitectura en el discurso inaugural de la Enciclopedia: “… a ojos del filósofo resulta la máscara embellecida de una de nuestras mayores necesidades”.

Por el contrario, asumir los terremotos como oportunidad tecnológica significa per-sonar a través de la máscara global. Significa reeditar el manifiesto moderno de los cinco puntos de Le Corbusier, pero en su radicalidad local. Significa interpretar en vez de imitar; salir de una infancia intelectual que repite cándida los éxitos estéticos de una cultura y geología ajenas para asumir la mayoría de edad (en sentido tecnológico) del que es capaz de encontrar su propia expresión. Significa que en Chile los pilotis son decorativos o que tendrán un diámetro sensiblemente mayor si quieren expresar la conquista técnica de una planta libre: el diámetro de una tierra en que tiembla. Y cuando sean pilotis, entonces lo serán para sostener una vidriera, un elemento ligero no estructural, o serán la expresión lujosa de aceros especiales de alta resistencia y costo.
Los terremotos son y han sido forjadores de una identidad formal cuyas manifestaciones están todavía por ser descubiertas y rescatadas para una estética arquitectónica propia. La masa de la edificación en adobe o piedra ya ha sido señalada para la edificación anterior al siglo XX, pero la ingeniería estructural chilena moderna ha desarrollado diferentes soluciones que todavía esperan ser identificadas y recuperadas conscientemente en el diseño arquitectónico. Proponemos, a continuación, algunos ejemplos que podrán servir de inspiración para investigaciones estéticas.

La pureza del modelo
Los métodos de cálculo estructural, hoy por computación, representan una modelación teórica de la realidad que se basa en supuestos limitados. Todo modelo debe cumplir con el requisito básico de la computabilidad, es decir que el algoritmo que simula un fenómeno converja en un tiempo útil. Por ese motivo los datos tienden a ser limitados, discriminados según su nivel de relevancia. El prototipo sobre el que se corre un análisis no puede asumir la aleatoria calidad de los materiales, de las uniones, del proceso de construcción, como tampoco la influencia de otros agentes externos. Por esa razón, la confiabilidad de la predicción depende de cuán cercana al prototipo sea la materialización real de la construcción. Todo lo que se escape deberá quedar controlado por coeficientes de seguridad, que redundan en estructuras sobredimensionadas. Una estructura de marcos rígidos tendrá deformaciones conocidas y controladas mientras se mantenga funcionando como un sistema interrelacionado de pilares y vigas formando marcos con deformaciones calculadas. Por esa razón, todo elemento que tenga rigidez mayor, como un muro, distorsionará el modelo al tomar carga sísmica antes que los marcos rígidos. Los ingenieros estructurales solicitan que todas las divisiones de espacios en una estructura de marcos rígidos sean hechas en material “blando” y que las escaleras sean estructuras deslizantes que no amenacen convertirse en arriostramientos indeseados. El arquitecto, en consecuencia, debe observar esta pureza del modelo estructural evitando diseñar elementos que no tomen en cuenta las deformaciones flexibles de la estructura, lo que es una oportunidad para diseñar elementos deslizantes, articulados o dilatados que expresen estéticamente el “trabajo” al que están sometidos, en lugar de ocultarlo.

El temor a la torsión
En relación con el principio anterior, la distribución simétrica de los elementos resistentes en una planta es buscada por la ingeniería estructural chilena, de tal modo que se evite la torsión de la planta debido a la resistencia desigual de zonas más rígidas que tomarán todo el sismo haciendo rotar la estructura en torno a ellas. Este efecto de torsión puede hacer fallar los elementos resistentes debido a cargas transferidas por el giro de la estructura, efecto que puede ser calculado pero que, a lo menos, implicará secciones estructurales mayores. Una planta en L será dividida con una junta sísmica en dos estructuras independientes.

Es por eso que un edificio como La Defense Offices de UN Studio en Almere, Holanda, no puede hacerse en Chile sin ser cortado en cuerpos rectangulares que se deformen independientemente en cada cambio de dirección. Por lo tanto el concepto arquitectónico formal de UN Studio tendría que enfrentarse no sólo al problema de una junta, sino al de una concreta separación determinada por la rigidez de las estructuras e igual al doble de la deformación esperada, de tal forma que los cuerpos independientes puedan, en un sismo, acercarse uno al otro sin chocar.

Esto equivale a decir que una junta sísmica no es sólo la discontinuidad de la estructura como es una junta de dilatación, sino la yuxtaposición de dos edificios diferentes. Los arquitectos chilenos hemos incorporado a veces dobles columnas que expresan esta independencia, pero también hay soluciones más tímidas que pretenden disimular el asunto con una junta que corta una columna en dos mitades. En todo caso, el asunto no puede ser enfrentado a última hora, sino desde el momento mismo de concebir el proyecto y de tomar las decisiones formales iniciales, en vez de sorprender tardíamente al arquitecto.

La apariencia de lo que es
Nuestra norma sísmica castiga las albañilerías de ladrillo aumentando en un 25% la carga sísmica en comparación con las estructuras de hormigón armado. Por ende, una estructura de albañilería resultará muy reforzada con pilares y cadenas de hormigón armado. El recurso de un enchape de ladrillo es obligatorio si queremos dar a la obra el aspecto limpio de una albañilería extranjera. Y he aquí la alienación posmoderna del todo puede hacerse haciendo otra sumisa venia a la globalización. Queda, por supuesto, un recurso irreverente: podemos evitar imitar un aparejo a soga.

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